“Wanderlust”, o sea el deseo o pasión de viajar y perderse en el mundo, porque en los últimos años viajar tiene un nuevo valor, no es solo una necesidad o bien, si que es una urgencia, pero en algunos es también física, psicológica, espiritual.
La culpa es del ADN dicen, de un gene conectado a la función de la dopamina, la que provoca las sensaciones de placer que todos buscamos.
Viajar como droga, como búsqueda de fuertes emociones, como antídoto a la nostalgia de lugares que aun no se han visto, de personas que aun no se han conocido, de un amanecer en el otro lado del mundo que hasta ahora solo se pudo imaginar.
No me puedo parar.
Acumulo postales pintadas de una luz perfecta que jamás encontré en algún sitio, acumulo recuerdos de despertares revueltos después de noches pasadas en mil camas de mil casas que no eran mías pero todas eran mi casa.
No me quiero parar!
Me gusta sentirme extranjera y mirar hacia arriba a las cosas que me rodean, escrutar el cielo para ver si tiene un color diferente de lo que estoy acostumbrada a ver cada día.
A veces me quedo sin palabras, porque pasa que no conozca la lengua del lugar donde estoy, claro, pero sobre todo porque se me llena el estomago de mariposas, se me anuda la garganta y simplemente tengo que callarme en frente del paisaje, y disfrutar.
Como también dice Tolkien, “no todos los que callejean están perdidos”.
Parece que vagabundean solos, sin destinación, con sus mochilas llenas de sueños y poco más, puede ser que hayan perdido el camino, pero seguro que se están encontrando a si mismos…
Imagen por Travelmath