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Crónicas de Europa

Wanderlust

Wanderlust”, o sea el deseo o pasión de viajar y perderse en el mundo, porque en los últimos años viajar tiene un nuevo valor, no es solo una necesidad o bien, si que es una urgencia, pero en algunos es también física, psicológica, espiritual.
La culpa es del ADN dicen, de un gene conectado a la función de la dopamina, la que provoca las sensaciones de placer que todos buscamos.
Viajar como droga, como búsqueda de fuertes emociones, como antídoto a la nostalgia de lugares que aun no se han visto, de personas que aun no se han conocido, de un amanecer en el otro lado del mundo que hasta ahora solo se pudo imaginar.

No me puedo parar.
Acumulo postales pintadas de una luz perfecta que jamás encontré en algún sitio, acumulo recuerdos de despertares revueltos después de noches pasadas en mil camas de mil casas que no eran mías pero todas eran mi casa.

No me quiero parar!
Me gusta sentirme extranjera y mirar hacia arriba a las cosas que me rodean, escrutar el cielo para ver si tiene un color diferente de lo que estoy acostumbrada a ver cada día.
A veces me quedo sin palabras, porque pasa que no conozca la lengua del lugar donde estoy, claro, pero sobre todo porque se me llena el estomago de mariposas, se me anuda la garganta y simplemente tengo que callarme en frente del paisaje, y disfrutar.

Como también dice Tolkien, “no todos los que callejean están perdidos”.
Parece que vagabundean solos, sin destinación, con sus mochilas llenas de sueños y poco más, puede ser que hayan perdido el camino, pero seguro que se están encontrando a si mismos…

Imagen por Travelmath

Viajar ayer, viajar hoy

Algunos viajan cada día para trabajar, otros sólo se van de vacaciones por una semanita o dos al año, y luego hay también los que no pueden vivir sin lanzarse a la aventura cada vez que puedan.
Si le preguntamos a todos ellos lo que ha cambiado en los últimos años al desplazarse en varios sitios, creo que lo primero que piensan es que ahora todo es más rápido, mas fácil.

También más cómodo a veces: pienso a los viajes en tren en primera clase, la de los “business man”, con asientos más largos, reclinables, con su propia mesilla y enchufe para seguir trabajando al ordenador. Hay trenes en Japón o China que viajan hasta los 600 km/h, y sin tocar tierra, gracias a la tecnología de levitación magnética.

Esto ya nos parecía algo muy futurístico hace algunos años, no?

Así que hoy quiero viajar atrás con la memoria y pensar a las cosas que han cambiado en los últimos seis años. Seis, porque en 2009 me fui de Erasmus por primera vez, en España, y hoy el circulo se cierra con mi tercer Erasmus – también el ultimo de mi carrera – en España otra vez.

Pero esta ya es otra historia.

Mi primera vez en España fue toda una aventura: yo era poco más que una niña que nunca había salido de su pueblo por más de quince días y nunca sin mi familia o mis amigos. Vagabundeaba por las calles y las avenidas con mi mochila, parándome a cada esquina para mirar al mapa y orientarme. Eran los tiempos de que mi móvil era una pequeña caja de plástico con una pantalla de dos centímetros y en blanco y negro, con la que solo podía llamar y enviar mensajes a Italia.

Creo que muy pocas veces, paseando con mis amigas, hemos visto las enseñas de “Aquí hay Wi-fi” fuera de los bares, y tampoco era importante, porque ninguna podía o quería conectarse.
Porque conectarse? Teníamos nuestros mapas, nuestras cámaras para sacar fotos que no queríamos subir al Facebook o al Instagram, nos íbamos de tapas sin buscar por los “mejores restaurantes” en Tripadvisor, ni tampoco le sacábamos fotos a nuestras comidas.

Fue el año de las verdaderas aventuras, de los viajes sin reservar habitaciones en los hoteles, de perderse en las ciudades y preguntar a la gente por donde ir.
Si hecho de menos a todo esto? La verdad que sí, pero no me quitáis el Google Maps!