Julio Cortázar miraba a la vida como miran los que han captado su esencia, y se la entregan al resto de los mortales en pequeñas dosis, previniendo el empacho. Tenía ojos de niño y viejo, de soñador atormentado, del más inteligente iluso que hayamos visto. Cortázar escribió: “estoy tan solo como este gato, pero mucho más solo porque yo lo sé y él no”. La frase se le viene encima a uno como una losa demasiado pesada. Cortázar lo sabía, el conocimiento es un arma de doble filo. Saber no es siempre tan bonito como nos lo pintan. En la semana en que se cumplen 10 años de su nacimiento, el 26 de agosto, nos parece de justicia poética dedicar un domingo literario a su figura, con un modesto texto in memoriam.
Todavía tengo fresco el recuerdo adolescente de leer “Instrucciones para subir una escalera”. El puñetero se tira más de 380 palabras describiendo con todo lujo de detalles cómo ha de subirse una triste escalera. Para sorpresa del lector, cuando termina, apenas ha llegado al segundo peldaño. El miedo al folio en blanco, Cortázar lo utilizaba para liar cigarrillos. Fue probablemente uno de los mayores genios del relato corto del siglo pasado. El otro, sin duda, Hemingway. Solo por aquél ”For sale: baby shoes, never worn” (Se vende: Zapatitos de bebé, sin usar). Seis palabras para hacer el relato más impactante, solo al alcance de genios del tamaño del estadounidense. Descoloca. Contaba el propio autor que ese texto nació de una apuesta con un amigo, que le retó a escribir con solo seis palabras un cuento que emocionase. Pim, pam, pum.
Cortázar tiene, además, una historia con Galicia. Y qué historia. Su primera mujer, Aurora Bernárdez, nació en nuestra tierra. Se casó con ella en 1955, y por ella vino a Galicia en varias ocasiones. De nuestro paisaje, escribió: “Creo que para mí, el gran descubrimiento, por inesperado, fue el paisaje. Cuando volvimos de Santiago a León, el tren anduvo toda la tarde junto al río Miño. Pegado a las ventanillas no podía creer que eso fuera verdad”. Cortázar sufrió, como muchos otros, el síndrome de Stendhal al conocer Galicia.
En su memoria quedaron también “unos pulpos gloriosos”, que degustó en Compostela, “deliciosa ciudad”. Uno de los sueños que quedaron en el tintero infinito del argentino fue “instalar cuarteles de primavera en Redondela, y dedicarse a los paseos, a la pesca, y a arborizar, como Rosseau”.
El autor de Rayuela sintió verdadera fascinación por esta tierra, su gente, y su gastronomía, como reconocería en muchas misivas. 100 años pasaron desde que llegó a este mundo, y 30 desde que lo dejó huérfano de una de las mejores plumas que rasgaron hoja en nuestra corta Historia. Su magia al escribir, la espiral en la que encerraba al lector, os mundos que construía, la belleza de su lírica, su infinita imaginación, quedaron inmortalizados en su fecundo leado, que hoy atesoramos todos sus admiradores como un precioso regalo que nos envió en el tiempo.
Instrucciones para subir una escalera
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
FIN